EL ALCAZAR DE SEGOVIA

 

 

 

Torreón de la fortaleza con historiados balcones y robustos matacanes, imagen representativa del Alcázar de Segovia

Resulta complicado tratar de determinar con certeza cuál es la fecha de construcción de la primera fortaleza que se erigió en esta escarpada peña que forman los ríos Eresma y Clamores en su confluencia, pero tan sin par emplazamiento indica que debió existir aquí siempre algún tipo de “castro” o fortificación desde que los primeros habitantes se asentaron en este lugar.

 

La primera referencia documental sobre nuestra fortaleza se remonta a 1120, treinta y dos años después de la “repoblación” de la ciudad por el conde Raimundo de Borgoña, yerno de Alfonso VI, pero hasta 1135 no aparece con la denominación de “alcázar” en un documento de Alfonso VI. Esto implica su consideración como residencia de carácter regio.

 

 

 

El Alcázar se encuentra en un escarpado promontorio formado por los ríos Eresma y Clamores. Imagen completa del Alcázar donde pueden observarse sus elementos constructivos y principales torres.

 

Pero con anterioridad, ya en tiempos de los romanos la ciudad tuvo aquí su castillo fuerte como lo prueban los vestigios romanos, en realidad más que vestigios, ya que constituyen el basamento de dos torres de cierta entidad. Estos restos nos hablan de una edificación de buen tamaño y sólida construcción, a base de grandes sillares de granito “opus quadratum”, aparejo reservado tanto para las fábricas importantes como para las de carácter defensivo. Esta fábrica romana supera en ambas torres los seis metros de altura. Sus grandes sillares de piedra granítica son similares a los del Acueducto.

No encontramos, sin embargo, ningún vestigio de carácter arquitectónico de la época visigoda ni de la musulmana.
 

No vamos a entrar en lo que aportaron todos los reyes cristianos al Alcázar, pero será Juan II con quien se inicia el gran proceso renovador del edificio que durará casi dos siglos en el que las obras apenas si tendrán interrupción.

 

 

La fachada norte parece lanzarse hacia la llanura castellana como si de un barco a punto de la botadura se tratara

La obra más importante efectuada por este monarca es la torre que lleva su nombre, al decir de muchos autores, la más majestuosa de cuantas se ven en los castillos españoles, con una altura total desde el foso de casi ochenta metros (286 pies segovianos).

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Esta torre existía con anterioridad, situada entre las dos romanas; pero se trataba de una estructura de escasa entidad cuya silueta aún es reconocible en la cara saliente de la nueva torre.
Pero es la intervención de Enrique IV la que no admite parangón con ninguna de las que realizaron los monarcas que le precedieron, y tan sólo el conjunto de obras realizadas por Felipe II, casi un siglo más tarde, se puede comparar con las del rey más amante de Segovia, quien convirtió su Alcázar en la residencia más lujosa y refinada de los reyes cristianos.

Poco podemos apuntar de la época de los Reyes Católicos en el aspecto constructivo de nuestra fortaleza, si acaso la culminación de la llamada torre de Juan II y las inevitables obras de mantenimiento y conservación.

Pero la fecha crucial para la configuración de la ciudad en general y del Alcázar en particular será 1521, en que se decidió trasladar la catedral de emplazamiento tanto por los daños causados en la vieja durante la revolución comunera, como por el peligro que suponía su cercanía a la fortaleza, que debió ser reparada tras los daños sufridos por el acoso comunero.
Como decíamos será Felipe II quien adopte una preocupación especial por la arquitectura de los Palacios Reales, aunque sería finalmente en el Monasterio de El Escorial donde descargó sus ansias de pervivencia en el tiempo con un monumento que simboliza eternamente su reinado.
Así hacia 1560 se cubrieron de pizarra los tejados del Alcázar, a la manera de los Palacios centroeuropeos, después de haber experimentado con los de Valsaín.

 

El encargado de llevarlo a efecto fue el arquitecto Gaspar de Vega, al que se le deben otras dos transcendentales obras en el edificio; la remodelación de la “Sala de los Reyes” y sobre todo, la remodelación de la plaza de acceso, que se adecentó en 1570 con motivo de las bodas entre el monarca y Ana de Austria.

 

 

 

Detalle del escudo que preside la entrada al Alcázar sobre el puente levadizo

Para ello fue preciso demoler los restos de la antigua catedral y allanar la roda de asiento, así como levantar dos fuertes murallones al sur y norte para nivelar la explanada.

En la última década del siglo es el discípulo aventajado de Juan de Herrera, Francisco de Mora quien lleva a cabo una serie de normas, la más importante de las cuales es la que corresponde al patio de armas, remodelado totalmente dentro del imperante estilo escurialense.

En resumen, con Felipe II el Alcázar experimentó una transformación radical, y aunque no varió su perímetro si lo hizo su carácter, que de medieval, rudo y castrense, pasó a adquirir otro más delicado y femenino, a la vez que gallardo y elegante.

En palabras de Merino Cáceres, “exteriormente se le acicaló y emperifolló como a una empingorotada dama para su presentación en sociedad”.

Los monarcas que sucedieron a Felipe II apenas prestaron atención a nuestro Alcázar, con lo que éste perdió su carácter de residencia real y cayó en un incomprensible olvido, siendo convertido incluso en prisión del Estado para reclusos de postín.

 

 

Una de las torrecillas características del Alcázar, con su chapitel cónico de pizarra

 

 

Tan sólo Carlos III volvió a él sus ojos y abrió un rayo de esperanza para la semi-abandonada fortaleza cuando decretó la instalación del real colegio de Artillería entre sus muros el 13 de agosto de 1762.
Pero justo un siglo más tarde, el 6 de marzo de 1862, un descomunal incendio convirtió el castillo en una “desnuda osamenta”.

Las pérdidas fueron irreparables, sobre todo en los elementos combustibles; armaduras de madera, artesonados, cubiertas, pinturas, etc.

El mismo día del incendio el Ayuntamiento segoviano se reunió con carácter urgente e inició las gestiones para la recuperación de tan emblemático monumento.

No obstante las gestiones fueron arduas y lentas para la indiferencia de los altos cargos de la nación y las ruinas fueron en aumento, haciéndose incluso la escaraguaita del nordeste de la torre de Juan II.

Tampoco beneficiaron en nada la época de la Revolución de 1868 a 1874 y las guerras que se sucedieron.

 

 

 

 Torreón principal del Alcázar que se destaca especialmente por su contraposición con los rematados en pizarra

Por fin en 1881 se aprobó una real orden para su restauración, iniciándose las obras veinte años después de la deflagración, dirigidas por Antonio Bermejo y Joaquín de Odriozola.

Se concluyeron en 1896 y el Alcázar recuperó su bellísima silueta, adquiriendo mayor esbeltez y gracia los perfiles y haciendo más rápidas las vertientes de las techumbres, de tal manera que la obra se puede considerar una obra maestra, aunque algunos autores la califican de excesiva.

La restauración de los interiores se demoró hasta 1910, aunque tan sólo en un primer intento, que se vio continuado en 1951.

Hoy en día existe un Patronato del Alcázar que realiza una labor muy meritoria como regidor y administrador de la fortaleza, y que preside el General Jefe de la Artillería de la Región.
 

 

 

 

El balcón se proyecta hacia la llanura castellana contraponiendo la verticalidad de la torre a la llanura

Después de este recorrido a la historia de tan insigne edificio es oportuno que le describamos aunque sea someramente.
 

Su planta, muy irregular, es alargada y estrecha y determinada una estructura muy peculiar que evoca la figura de un airoso navío. Dos torres contrapuestas custodian el buque del castillo, la de Juan II y la del Homenaje. La primera, la más alta de la fortaleza, es cuadrilonga y está adornada con doce escaraguaitas alrededor, historiados balconajes y robustos matacanes.

La del Homenaje está en el extremo opuesto y defiende el último cuerpo del castillo, que está ornado con torrecillas cubiertas con chapiteles cónicos de pizarra.

Un puente levadizo nos introduce en el primer zaguán del edificio, de donde se accede al patio de armas desde el que una impecable escalera clasicista conduce a los principales aposentos del Alcázar; el “Salón de la Galera” reproduce en su techo el interior hueco de un navío; el “del Trono” es cuadrado y tiene una cúpula de lazo, dorada y tallada con filigranas; en la “Sala de las Piñas” el artesonado que la cubría imitaba estos frutos; el “Salón de Reyes” es el más fastuoso; el “Tocador de la Reina” también tiene un rico artesonado, siendo el último el “del Cordón”.
 

Un angosto corredor nos conduce al segundo patio, el que alberga la torre del Homenaje y una espaciosa capilla con bóveda de crucería.

 

 

 

 

 

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