MADRID
Vista del complejo del monasterio de El Escorial
A los pies de la sierra de Guadarrama se levantó, en el siglo XVI, el grandioso monasterio de San Lorenzo el Real de El Escorial; un monumento mítico, el más importante de la España Moderna.
El origen de este monasterio se relaciona además de con la especial devoción que Felipe II tenía a San Lorenzo como quedó escrito en la carta fundacional; “en honor del bienaventurado San Lorenzo, a quien nos guardamos especial veneración!, con la necesidad de que el padre del rey, Carlos V, fallecido en el 1558, tuviera un lugar digno donde ser enterrado.
Vista de la fachada principal del Monasterio
Ambas cosas se unieron para decidir a
Felipe II erigir esta magna obra, colocándose la primera piedra en el año 1563.
Esta
gran obra arquitectónica no se limitaba como era lo usual a una iglesia, un
mausoleo y una casa conventual para la comunidad religiosa encargada del
cuidado, sino que la idea de idea de Felipe II fue levantar un gran complejo de
edificios en el que cupieron además un colegio, un seminario y un “cuarto regio”
para la estancia de los monarcas.
Este último se transformó en el palacio al
que se retiraría el rey los últimos años de su vida.
En el año 1561 Felipe II eligió a la orden Jerónima para ocupar el monasterio e inmediatamente, decidió el lugar y los arquitectos que deberían llevar a cabo la obra; Juan Bautista de Toledo, al que hizo venir de Italia y que fue el autor de la “traza general” del monasterio, y Juan de Herrera, su ayudante, verdadero artífice del monasterio de El Escorial.
Claustro principal (patio
de los evangelistas)
Pero otros muchos artistas de la época participaron de una u otras manera en
este proyecto como
Ticiano, Claudio Coello, El Greco, Tibaldi o Zùccaro.
Durante los años que duró la construcción del complejo monástico, desde 1563 hasta el 1584 el proyecto varió en numerosas ocasiones, unas veces por indicaciones de los priores jerónimos, otras por puntualizaciones de Felipe II y otras por las sugerencias contenidas en los informes pedidos a otros arquitectos.
Uno de los edificios que sufrió mayores cambios a lo largo de todo este tiempo fue la iglesia que no tuvo una configuración definitiva hasta que Juan de Herrera se hizo cargo de la obra, a la muerte de Juan Bautista de Toledo, en el año 1567.
Después de Felipe II, sus sucesores ampliaron o transformaron en alguna medida el monasterio. Felipe III, en el 1617, levantó el Panteón de los Reyes, sobre un proyecto del arquitecto italiano Giovanni Battista Crescenzi y Carlos II se trajo al pintor napolitano Lucas Jordán para que decorara las bóvedas de la basílica.
En tiempos de los Borbones, a finales del siglo XVIII, se reformó el interior del palacio y, durante el reinado de Isabel II se hicieron las obras del Panteón de los Infantes.
Fachada principal del monasterio
Como consecuencia de la Guerra de la Independencia, los frailes jerónimos fueron
obligados a abandonar el monasterio, y aunque volvieron posteriormente no fue
por mucho tiempo, ya que la orden se disolvió en el año 1854. Casi treinta años
más tarde llegaron al convento los padres
agustinos,
que ocuparon el lugar de la anterior orden jerónima en el cuidado complejo
monástico.
La misma orden de padres agustinos que se instaló aquí a finales del
siglo XIX es la que está hoy al cargo del monasterio, bajo la administración del
Patrimonio Nacional.
Los alrededores del monasterio también sufrieron numerosos cambios a partir del siglo XVIII.
Cúpula principal de la iglesia
Los más significativos fueron, por un lado, la construcción de varios edificios complementarios en el exterior del recinto como la Casa de los Infantes, las llamadas Casitas de Arriba y Abajo y la Casa de Oficios, todos ellos obras del arquitecto Juan de Villanueva. Y, por otro, el crecimiento espectacular del pequeño pueblo que surgió alrededor del convento y que hoy día es un gran núcleo urbano.
El monumento de los monumentos
El monumento de El Escorial es un gran rectángulo de 208 metros de largo por 162 metros de ancho, cerrado al exterior por una estructura horizontal homogénea, construida en granito gris, donde destacan nítidamente las torres que rodean la cúpula central. Basta para dar idea de la grandiosidad del conjunto monacal el saber que posee 2200 estancias, 86 escaleras, 16 patios, 15 claustros y 88 fuentes.
En la fachada principal, la oriental,
flanqueada por dos torres, se puede apreciar la gran portada que permite el
acceso a la iglesia-palacio. Es de estilo clasicista con dos órdenes de
columnas, toscano en la parte inferior y jónico en la superior. Entre las
columnas del cuerpo superior se puede ver una imagen marmórea de San Lorenzo,
obra de Juan Bautista Monegro, dentro de una hornacina, y
debajo el escudo de armas de Felipe II.
El recorrido por el interior del
monasterio lo iniciaremos por el primer patio que nos encontramos; el Patio de
los Reyes, llamados así por las seis estatuas de los reyes de Judá que hay sobre
el balcón corrido de la fachada de la iglesia.
Una de las habitaciones del palacio
En este patio se halla, señalada con una cruz, la última piedra colocada en el edificio el 13 de septiembre de 1584. Lo más singular de este recinto es la fachada del templo flanqueada por dos torres-campanario cupuladas, y sobre lo que destaca la cúpula de 92 metros de altura que cubre el crucero. La portada está dividida en dos cuerpos, el inferior con cinco arcos de medio punto separados por pilares adosados sencillos o dobles y el cuerpo superior, donde se encuentran las estatuas, rematado por un gran frontón, roto por un vano central arqueado que sirve para iluminar el coro.
El interior de esta basílica, inspirado en la de San Pedro de Roma, es de planta de cruz griega con tres naves en cada brazo, cubierta por una gran cúpula de 17 cm de diámetro, rematada por una linterna, que se apoya sobre gruesos pilares ochavados decorados con parejas de pilastras dóricas.
Las bóvedas que cubren el
presbiterio y el coro se pintaron al fresco en el siglo XVIII, por la sabia mano
del artista Lucas Jordán.
Detalle de la fachada principal
El templo tiene cuarenta y tres altares
que contienen desde pinturas de Navarrete, Sánchez Coello y Tibaldi entre otros,
hasta una notable escultura traída de Roma, “Cristo en la Cruz” de Cellini, o
delicados altares-relicario. Entre todos ellos destaca la Capilla Mayor donde se
encuentra un magnífico retablo diseñado por Juan de Herrera. Es una rica pieza
en la que se mezclan arquitectura, pintura y escultura, realizados en los
materiales más nobles; jaspe, mármoles y bronces dorados. Las esculturas son de
Pompeo Leoni y las pinturas de Tibaldi y Zúccaro. En el centro del cuerpo
inferior como pieza clave de toso el retablo, está el Tabernáculo, un delicado
trabajo del siglo XVI.
A ambos lados del presbiterio se encuentran dos monumentos funerarios reales,
obras de Pompeo Leoni realizadas entre 1597 y 1600, con los grupos familiares de
esculturas orantes de los reyes Carlos V y Felipe II esculpidos en bronce dorado
y policromado. Son dos grupos escultóricos en los que las figuras reales
aparecen embellecidas, idealizadas; sensación que se ve reforzada por el color
dorado que las hace adquirir un aire etéreo y distante. Las inscripciones en
latín que acompañan a los dos enterramientos dan idea de la grandeza de su
concepción; “si alguno de los sucesores de Carlos V superase con ventajas la
gloria desconocida de sus hazañas él solo ocupe este lugar los demás respétenlo
reverentemente”, en la de Carlos V y “este sitio se reserva para el más digno en
virtud de los descendientes de quien voluntariamente se abstuvo de ocuparlo; si
así no fuere permanezca vacío”, en el de Felipe II. Los restos de estos monarcas
y de sus sucesores se encuentran en el Panteón Real, justamente bajo el altar.
El Panteón de planta octogonal, está totalmente revestido de jaspe y mármoles y
adornos en bronce dorado. Aquí reposan, en 26 tumbas de mármol negro, los restos
de reyes y reinas madres de reyes de la Casa de Austria y de Borbón. Junto
al Panteón Real se halla el Panteón de los Infantes, nueve cámaras construidas
en el siglo XIX para acoger los enterramientos de “las reinas consortes que
mueren sin hijos Príncipes y de los Príncipes e Infantes” como reza la
inscripción de la entrada.
La zona conventual se extiende paralela a la de la iglesia y, como en la mayoría de los monasterios, se configura alrededor de un patio central, en este caso el de los evangelistas, a donde dan las celdas y los diferentes servicios del convento.
Desde el claustro de los evangelistas arranca una escalera renacentista, elegante y de armoniosas proporciones, diseñada por Bergamasco, cuya cúpula está decorada con frescos de Lucas Jordán. Este claustro es un gran espacio cuadrado que se estructura en dos pisos de órdenes superpuestos, con arcos de medio punto separados por columnas dóricas y jónicas. En su interior, los muros de las galerías están decorados con pinturas al fresco de Tibaldi, Luis de Carvajal, Miguel Barroso y Romolo Cincinato.
Biblioteca del Monasterio, una de las más importantes que existen en la actualidad
Estas pinturas representan escenas del Antiguo y Nuevo Testamento. En el centro del patio se levanta la última obra de Juan de Herrera; un templete octogonal de granito coronado por una cúpula que lleva las estatuas de los evangelistas esculpidas por Juan Bautista de Monegro en cuatro de sus lados.
En
la zona norte del conjunto monástico se abre otro gran claustro en torno al cual
se encuentran el Palacio Real, la Biblioteca, el Seminario y el Colegio.
Biblioteca del monasterio, una de las más importantes que existen en la
actualidad
Las numerosas dependencias del llamado palacio público, fueron totalmente remozadas en el siglo XVIII.
La Sala del Trono, los Apartamentos de Isabel Clara Eugenia, el Salón de Embajadores, dormitorios, oratorios, despachos etc., están decorados con un sinfín de muebles, tapices, pinturas y objetos diversos, en claro contraste con las sobrias habitaciones privadas de Felipe II, a las que se llega a través de la Sala de las Batallas.
Esta sala es un gran corredor,
cubierto por bóveda de cañón, cuyos muros están totalmente decorados con
diversas escenas militares; hechos de armas que tuvieron lugar durante el
reinado de Felipe II.
Detalle de las pinturas que decoran la cúpula de la iglesia
Las dependencias reales se configuran en torno a un patio, el de los Mascarones,
diseñado por Juan Bautista de Toledo. La pequeñez de las habitaciones y el
sencillo mobiliario dan una idea clara de la austera vida, casi monástica, que
llevó Felipe II en los últimos años de su vida. Son de destacar las pinturas de
El Bosco que se encuentran en el estudio del Rey.
La última pieza del convento que no debemos dejar de mencionar es la Biblioteca,
una de las más importantes que existen hoy en día, se puede comparar a la del
Vaticano, o a la Laurenciana de Florencia.
Aunque bella arquitectónicamente hablando; un gran salón abovedado decorado con
pinturas al fresco de Tibaldi y Carducho representando las Artes, la Filosofía y
la Teología, su mayor tesoro son sus contenidos; piezas bibliográficas tan
importantes como “el libro de las Fundaciones” de Teresa de Jesús, “las Cantigas
de Santa María” de Alfonso X el Sabio o el “Libro de horas de Isabel la
Católica”; manuscritos latinos, griegos, hebreos…; una excelente colección de
encuadernaciones; códices,
grabados,
dibujos, etc.
Antes de abandonar definitivamente el recinto de El Escorial démonos un paseo
por los jardines que rodean el monasterio. Tan queridos por el rey eran estos
jardines que mandó abrir en sus habitaciones privadas, ventanas orientadas hacia
el sur y el oeste para poder contemplar el paisaje.
Para Felipe II el jardín tenía una doble finalidad, por un lado productiva; los
árboles frutales del huerto o las plantas medicinales, y por otro placentera; la
belleza de un entorno de árboles, plantas, flores y fuentes. Para conseguir una
armonía paisajística del entorno que podía contemplar consultó a los mejores
jardineros y estudió minuciosamente como eran los espacios ajardinados de
distintos palacios de Italia, Inglaterra, Francia y los Países Bajos. De entre
todos ellos destaca el largo y estrecho jardín de los frailes, en el lado
suroccidental; un jardín elevado al estilo de los colgantes de Babilonia.
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