Vista general del Monasterio
de Nuestra Señora de Guadalupe
Dominando la pequeña
villa de Guadalupe, a los pies de la sierra del mismo nombre, se alza este
impresionante monasterio y santuario, al que acuden miles de peregrinos cada año
a postrarse ante la imagen de la virgen morena.
Muchas leyendas se han urdido sobre el origen de este monasterio, la más común
es
que
la imagen la encontró en una cueva casualmente un vaquero cacereño llamado Gil
en el año 1330 y, enterado del suceso, el rey Alfonso XI mandó levantar el
convento para venerar a la imagen.
No se sabe lo que puede ser cierto o no, pero
la realidad es que fue efectivamente Alfonso XI quien, tras la victoria contra
los musulmanes en la batalla del Salado, ordenó la construcción del monasterio.
Fachada principal del monasterio
El convento fue
ocupado por monjes de la Orden de San Jerónimo venidos de la Casa Madre de
Lupiana, siendo este, junto con El Escorial, uno de los más importantes
monasterios jerónimos de España.
A lo largo de la Edad Media Guadalupe tuvo su gran época de esplendor, las
numerosas limosnas y las donaciones reales llegaban con prontitud y generosidad
y se utilizaban tanto en la asistencia a los pobres como en mantener en activo
la hospedería y la farmacia, labores propias de esta Orden, ya que como relata
un viajero del siglo XV “Tienen los monjes por regla que si alguien yendo a la
guerra o peregrinación para visitar los santos lugares, llegare aquí y cayese
enfermo, están obligados los frailes a recogerle en el convento y a
proporcionarle todo lo necesario; si muere le han de hacer funeral
proporcionado, y si convalece de su dolencia y él los pide, han de darle los
medios de que llegue a donde iba, costeándole el viaje, pues así se manda en su
Regla”. En este momento, mediado el siglo XVI, Guadalupe cuenta con 120
religiosos, cuarenta seminaristas y dos hospitales, uno para hombres y otro para
mujeres, cada uno de ellos atendidos por más de cuarenta criados.
De la capacidad de
acogida de esta casa da idea el hecho de que cuando Felipe II vino a
pasar veinte días con una numerosa comitiva pudo ser atendido con toda comodidad
sin que por ello se alterara la vida del convento.
Felipe II no fue la excepción, ya que las visitas de los reyes eran bastante habituales en Guadalupe.
Por este monasterio pasaron don Juan II y doña María de
Aragón, Enrique IV y sobre todo, los Reyes Católicos, para los que se construyó
un palacio real adosado al monasterio.
Detalle de la cúpula de la cabecera de la iglesia
Así lo relata fray Diego de Écija en el año 1534 “Porque como los Reyes Católicos, de gloriosa memoria don Fernando y doña Isabel viniesen por devoción a Nuestra Señora muchas veces a esa casa, parecióle a este venerable padre que los aposentos que en este monasterio estaban para ellos, eran muy pequeños y mal reparados, y acordó con el convento construir otros aposentos mucho mejores, que son los Palacios Reales, que ahora están con la hospedería de los frailes”. Este notable edificio se demolió en el año 1856, después de años de abandono, por culpa de las famosas leyes de desamortización que obligaron a la disolución de los conventos.
Ante su mal estado, o al menos con ese pretexto, las autoridades prefirieron derribarlo todo antes que reformarlo, con lo que el cenobio extremeño perdió parte de su grandiosidad, aunque sigue siendo un impresionante conjunto monástico.
Actualmente ocupa el monasterio una comunidad de padres franciscanos a quienes se debe la restauración y recuperación del templo y las dependencias conventuales.
El claustro gótico se utiliza como hospedería para continuar la
antigua tradición de lugar de acogida que todavía se mantiene en este convento
extremeño. Un monasterio hospedería real
El núcleo más antiguo del recinto monástico corresponde a la iglesia y al claustro mudéjar, posteriormente se añadiría el claustro gótico y la enfermería, hoy hospedería, y se reformaría la iglesia con nuevas dependencias anejas.
Vista de la nave principal de la iglesia
Por último se construiría la Hospedería Real, hoy por desgracia desaparecida, una de las construcciones más notables del conjunto monástico.
El acceso a la iglesia se hace salvando una gran escalera al final de la cual aparece la gran fechada gótico-mudéjar del templo flanqueada por dos recios torreones asimétricos. Las puertas que cierran el templo, realizadas en el siglo XV, son un buen ejemplo de trabajo en bronce con figuras labradas de gran tamaño. Al entrar, a la izquierda, se puede leer la siguiente inscripción “AQUÍ YACE JUAN ALONSO, MAESTRO QUE HIZO ESTA SANTA IGLESIA”.
El interior consta de tres naves cubiertas por bóvedas cuatripartitas estrelladas y divididas por grupos de columnas con tres arcos apuntados, apoyados sobre gruesos pilares, a cada lado, y el crucero. Sobre este último se levanta un cimborrio ochavado decorado en el siglo XVIII con un trabajo muy elaborado debido al maestro Churriguera.
Separando las naves de la capilla mayor se
encuentra una notable reja de hierro del siglo XVI, entre gótica y renacentista,
obra de dos orfebres, religiosos dominicos, Francisco de Salamanca y Juan de
Ávila desde la que se vislumbra el retablo mayor damasquinado en oro y plata.
Este retablo se realizó en el siglo XVII, obra del escultor toledano Giraldo Merlo.
Consta de cuatro cuerpos en el que, entre esbeltas columnas dóricas de fuste estriado, aparecen las esculturas de los evangelistas, santas mártires y obispos, todos ellos un trabajo de Giraldo Merlo ayudado por Jorge Manuel y Juan Muñoz, pinturas de Eugeni Cajés y Vicente Carducho. Por estas pinturas se pagaron dos mil ducados y se acabaron el año 1618.
El claustro mudéjar con el templete central
Flanqueando el
retablo de las tumbas de Enrique IV y su madre, doña María de Aragón. Una obra
digna de mención en este templo es el coro con sus 94 asientos en nogal tallados
en el siglo XVIII por Alejandro Carnicero, en cuyos respaldos están
representados en bajorrelieve varios santos de la orden Jerónima.
Justo al lado de la sacristía y unida a ella se encuentra la capilla de San
Jerónimo; ambos conjuntos forman uno de los ejemplos más bellos de la
arquitectura de este momento.
La sacristía,
construida en el siglo XVII, es una amplia nave con la capilla de San Jerónimo
al fondo, cubierta por bóveda de cañón y totalmente decorada, tanto en los muros
como en la bóveda, con un fino y policromo dibujo que tan sólo deja espacio para
los lienzos de Zurbarán que se han colocado entre las pilastras que dividen los
muros. Las pinturas de este gran artista extremeño narran escenas de frailes
jerónimos. Los primeros cuadros son de priores del convento “Fernán Yáñez de
Figueroa ante Enrique III”, “La Misa del Padre Cabañuelas” y “Padre Fray Gonzalo
de Illescas”, los cuatro que vienen a continuación son padres de la orden de más
humilde condición, “Los Místicos consuelos del Venerable Padre Andrés de
Salmerón”, “Las Tentaciones del Padre Diego de Orgaz”, “Visiones de Fray Pedro
de Salamanca”, “Limosnas de Fray Martín de Vizcaya” y “Fray Juan de Carrión
despidiéndose para morir”. Los dos cuadros dedicados a San Jerónimo, “Las
Tentaciones y la Flagelación de San Jerónimo” y “Apoteosis de San Jerónimo”, se
encuentran en la capilla del fondo separada de la sacristía por un arco de medio
punto.
Por último antes de abandonar el templo, debemos referirnos al Panteón Real y al
Camarín de Virgen. El primero no guarda ninguna tumba pero su forma octogonal y
los ricos jaspes de los altares recuerdan al Panteón de El Escorial, de ahí el
nombre.
Sobre
él se levantó, a finales del siglo XVII, el precioso camarín barroco de la
Virgen decorado con pinturas de Lucas Jordán que representan episodios de la
vida de la Virgen. Lo más bello la talla medieval de la imagen. Nuestra Señora
con el niño sobre las rodillas vestida con un lujoso manto de los muchos que
componen el tesoro del convento que, como contaba un viajero del siglo XVIII “me
aseguraron que los vestidos de la imagen pasaban de ochenta; vi, entre ellos,
algunos cubiertos de pedrería, perlas, etc.; y había uno que costó cuarenta mil
ducados”, debió ser mucho más rico de lo que queda hoy día.
Dos claustros conserva este monasterio, el gótico que se debió levantar a
finales del siglo XV o primeros del XVI y el mudéjar. Este último es uno de los
patios más singulares de los conventos españoles por el carácter morisco de su
fábrica de ladrillo y arcos de herradura. Levantado en el siglo XIV, de autor
desconocido, es de una extrema sencillez reforzado por una total ausencia de
decoración en arcos y enjutas, lo que contrasta con el templete, construido a
principios del siglo XV, de exuberante decoración, que se alza en medio del
jardín.
Antes de dejar Guadalupe debemos recordar, aunque sea sólo por lo que dejaron
escrito los que vinieron antes que nosotros y tuvieron la suerte de conocer cómo
era la Hospedería Real que se levantaba anexionada a uno de los lados de este
claustro.
Según un estudioso del tema el arquitecto Chueca Goitia “El Palacio estaba compuesto en torno a un patio o claustro, uno de cuyos lados, el de poniente, ocupaba las estancias principales que eran tres, según la conocida distribución de los palacios mudéjares.
Detalle de la bóveda de la sacristía
De las tres, la pieza
central, siempre alargada, estaba cubierta, por una techumbre de par y nudillo
en forma de artesa con los ángulos ochavados. Las dos tarbeas laterales lo
estaban por cúpulas ochavadas de carpintería morisca.
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