SANTUARIO CONVENTO DE LOYOLA

 

En los antiguos dominios de la familia Loyola, donde nació en el año 1491 Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, se levanta hoy el santuario dedicado a su figura.

 

Esta casa – torre, ubicada en las tierras guipuzcoanas, donde pasó Ignacio su niñez se convirtió en lugar de culto y peregrinación para muchos devotos del santo a partir de su muerte en el año 1556, por lo que la Compañía de Jesús luchó durante mucho tiempo para conseguir la casa y las tierras colindantes que quería conservar como santuario.

 

Gracias a la mediación de la reina Mariana de Austria este deseo se hizo realidad el año 1681 cuando adquirieron el dominio de la familia Loyola, cediendo los derechos de patronazgo a la reina.

 

 

 

 

 

Vista de la fachada principal del santuario de Loyola.

Las obras de la nueva construcción se comenzaron en el año 1682 respetando la casa natal de San Ignacio, a la que transformaron en santuario y vivienda para los tres padres jesuitas que la ocuparon en un principio.

 

Unos años después, el rey Carlos III impulsó la fundación y construcción del convento de la Compañía de Jesús, anejo al santuario. Fue un largo proyecto, tan largo que discurrió paralelo a la historia de la Compañía durante dos siglos.

La construcción empezó en el año 1688, cuando se hizo cargo del mismo el arquitecto romano Carlo Fontana, y terminó en 1880 cuando puso la última piedra el arquitecto Pedro de Recondo.

 

Las primeras construcciones acabadas, de finales del XVII y principios del XVIII, fueron los dormitorios, el refectorio, la cocina y la hospedería.

 

En el año 1767 se ordenó la expulsión de los jesuitas y la obra del Colegio, ya bastante avanzada, se paralizó y desde entonces y hasta la vuelta de los padres de la Compañía los edificios ya construidos sirvieron para los más diversos menesteres, como alojar a los soldados durante la guerra de la Independencia o como hospital militar.

 

El regreso definitivo de los padres jesuitas fue en el 1843, pero todavía tuvieron que pasar cuarenta años más para que se concluyeran las obras y se consagrara la iglesia.

 

 

 

 

Interior de la gran cúpula de la basílica

 

Dormitorio de San Ignacio de Loyola

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Portada principal

 

A pesar de lo dilatado de la construcción del convento y los numerosos arquitectos que dirigieron la obra, el conjunto de Loyola tiene una especial armonía, quizás debido a que los sucesivos arquitectos que fueron retomando en su momento la obra se mantuvieron esencialmente fieles al primer proyecto de Carlo Fontana; un rectángulo en cuyo centro está la iglesia con un pórtico y a ambos lados las dependencias del convento.

 

El conjunto de edificios visto desde el exterior resulta más bien austero. Salvo el pórtico que precede a la fachada de la iglesia que destaca singularmente del conjunto, el resto de las edificaciones, divididas en cuatro alturas, son de gran simplicidad; muros desnudos recorridos por sencillas ventanas simétricas, la iglesia se inauguró el año 1738, pero no se consagró hasta el 1888.

 

La fachada del Santuario de Loyola está precedida por un singular pórtico a modo de arco triunfal con tres arcos de medio punto, más ancho el central que los laterales, rodeado de columnas con capiteles corintios y coronado por una balaustrada rematas por leones y floreros, donde se puede ver un frontón triangular con el escudo real en mármol blanco de carrara.

 

Por encima de la balaustrada sobresale la cúpula que cubre el templo con ocho vanos rectangulares rematados por frontones y una linterna con chapitel.

 

 

 

 

Retablo Mayor de la basílica

 

A ambos lados se localizan las torres de planta cuadrada rematadas con chapiteles similares a los de la cúpula.

 

A través del pórtico se accede a la iglesia, al Colegio y a la Santa Casa, origen del santuario, a través de una serie de puertas, todas similares, enmarcadas por boceles y rematadas por un frontón.

 

La escalera que une la Santa Casa con las dependencias del Colegio es una bella y compleja obra barroca, adornada con cuatro majestuosas estatuas de santos de la Orden realizadas por un escultor de la casa; el padre jesuita Salmón.

Dos puertas permiten la entrada al templo, la principal, flanqueada por columnas salomónicas, es típicamente barroca, rematada por un frontón partido en cuyos extremos se ven dos angelitos y en el centro una hornacina con la imagen de San Ignacio de Loyola, obra de Caetano Pace.

 

Talla de madera policromada en la que se relata un episodio de la vida de San Ignacio

 

Bajo la imagen del santo la inscripción; “Basílica de San Ignacio”.  El interior de la iglesia es de planta circular cubierta por una gran cúpula de más de 60 metros de altura y rodeada por una girola unida por ocho arcos de medio punto de diferente tamaño, obra de los hermanos Churriguera.

Los arcos se apoyan sobre recias pilastras corintias.

En la base del tambor aparecen ocho relieves con temas sobre la vida de San Ignacio, sobre todo referentes a su pasado militar, y sobre él tambor, en el arranque de la cúpula, se pueden ver ocho grandes estatuas de mármol representando a las virtudes cardinales y teologales.

Por último, los gajos de la cúpula se han decorado con grandes escudos de España.

Los retablos del templo son ocho, dedicados a santos de la Compañía, todos ellos obra del escultor Luis Salvador Carmona, el retablo mayor tuvo en tiempos una notable estatua de San Ignacio tallada en plata.

Desde el atrio accedemos a la Santa Casa que se encuentra en el interior del Santuario.

El origen de este edificio se remonta al siglo XV y, por aquel entonces, la casa de la familia Loyola era una torre cuadrada y forti

ficada con troneras y matacones que tuvo que ser demolida por orden del rey Enrique IV de Castilla.

Sobre sus cimientos Juan Pérez de Loyola, abuelo del santo, levantó una nueva casa que siguió teniendo un cierto aspecto defensivo, como se puede ver en las troneras de la torre que todavía se conservan, a la que se accedía por una puerta ojival con dovelas sobre  la que estaban esculpidas las armas de la familia Loyola.

 

La casa de tres plantas es hoy día bastante diferente de lo que fue, ya que ha sufrido numerosas transformaciones.

 

 

Detalle de la fachada y una de las habitaciones, hoy museo de la casa de San Ignacio

 

Los dos primeros pisos están dedicados a suntuosas capillas como la de la Concepción y la de San José en la planta baja y tres capillas y un oratorio, este último de finales del siglo XV o principios del XVI, que fue en origen la capilla familiar, en la principal. El oratorio tiene además una importancia añadida para los jesuitas, ya que en él celebró su primera misa uno de los santos más queridos de la Orden; San Francisco de Borja.

En la planta alta se conserva una de las habitaciones más importantes de la casa, el dormitorio de San Ignacio, hoy Capilla de la Conversión, donde se pueden ver además de recuerdos del santo, los tres grandes relieves que decoran el techo representando diversas escenas de la vida de San Ignacio; predicando al pueblo de Azpeitia, dando la bandera de la fe a Francisco Javier y atendiendo a Francisco de Borja que está a sus pies, obras que el escultor portugués Jacinto de Vieyra ofreció al convento, ya que era devoto ferviente de San Ignacio.

 

 

 

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